Sí sí, ya sabemos, llevamos más de un año de pandemia y la mayoría sigue teletrabajando, un modelo amado por muchos y odiado por otros (aunque son más los que lo quieren y vivirían así por siempre).
Por Andrés Salazar
Se ha hablado de los pros y los contras, se ha dicho de todo sobre no salir de casa y habitar nuestros espacios 24/7, pero, ¿se han detenido a pensar en el placer que da trabajar en pijama? No importa si es de satín o de peluche, si es una camiseta vieja de Pintuco o un enterizo de cuadritos, si es ropa interior o un pantalón hippie con un hoodie desteñido, trabajar en pijama está subvalorado.
Y es que hacerlo no significa no bañarse, significa bañarse y volverse a poner la pijama. Ahora, no está mal no bañarse un día (ya de ahí en adelante cruza ciertos límites), lo importante es cambiar la pijama semanalmente (nada como el olor y la sensación de la pijama limpia) y sentirse cómodx, abrigadx (según el clima), empoderadx, en confianza, con ganas de dejarlo todo en las reuniones virtuales o en sus dinámicas de teletrabajo. *Si tiene que prender la cámara, tenga a la mano una camisa o una blusa.
Trabajar en pijama es reencontrarnos con nuestros propios aromas, olores que expele nuestro cuerpo y que tal vez, solo nosotros mismos disfrutamos, esos mismos que también nos definen y guardamos con cariño. Nuestras fragancias nos dicen quiénes somos, y nuestras pijamas también, hablan mucho de nuestras personalidades, por eso, nada mejor que ganarse la vida con ellas puestas, con honor, con orgullo, con gallardía.
La pijama guarda nuestros más íntimos secretos, no nos juzga, nos entiende, se acopla a nosotrxs, nos pone en situaciones cómodas, por más de que sean difíciles, es una armadura para salir a la sala o al estudio y batallar el día a día. En algún momento volveremos a salir, todxs, y ojalá, lo hagamos en pijama (así sea un día a la semana).