Por: Andrés Salazar
Hace un buen tiempo que vengo pensando profundamente sobre la soltería. Siempre he sido ese que le tiene pavor al hecho de estar solo, completamente solo, aún sabiendo que, paradójicamente, me hace bien, nos hace bien. Haciendo cuentas, más o menos, duré una década entera ennoviado, viajando entre varios amores, unos más grandes que otros, unos más fuertes que otros, unos más reales que otros, unos más extraños que otros, pero al final, todos diferentes.
Eso causó en mí un par de cosas. La primera, atravesé años importantes acompañado, crecí junto a personas que para bien o para mal, directa o indirectamente, forjaron muchas de las cosas que hoy estoy compuesto. A ver, no estoy diciendo que formaron mi entera personalidad, pero sí me ayudaron a saber qué era lo que definitivamente NO quería para mi vida. Infinitas gracias a esos amores.
Lo otro que sucedió fue que, mientras caminaba la vida acompañado, me alejé de mí, algo que solo percibí recientemente, estando soltero. Planes para mí, regalos para mí, momentos para mí, canciones para mí, problemas propios, angustias propias, sentir que primero debo estar bien conmigo para poder estar con alguien más… De todo eso caí en cuenta. Tal vez por eso tuve mis primeras crisis emocionales fuertes, porque descubrí que ahora estaba “luchando” solo y no había nadie que me solucionara sentimentalmente el asunto, lo cual está perfecto, así siento que debe ser.
No estoy diciendo que al haber estado cuadrado todos estos años perdí mi tiempo, no. Lo que estoy diciendo, es que hoy, sobre el tercer piso, y roto (como en cierta medida lo estamos todo), descubrí el placer de la soltería, pero no ese placer de “estar libre” o no tener compromiso o “poder hacer lo que se me dé la gana”, no, más bien el placer de atenderme a mí, enamorarme de mí, pensar solo en mí, sanarme.
Pero, hay algo que no quisiera y es estar soltero hasta cuando me toque morir. Estar soltero no es estar solo, de acuerdo, pero hablo específicamente de que quiero poder compartir mi vida con una pareja parado en otro punto, con las heridas cerradas y curtido en el amor; o más bien curtido en el desamor, ajeno y propio. Hoy disfruto el placer que me da almorzar solo, presentarme canciones y bailarlas, y cantarlas, conversar conmigo en casa, intentar solucionar mi propia vida todos los días sabiendo que mi único refugio soy yo, darme regalos sin fechas especiales, reparar con nada más que mis propios consentimientos, lo cual no me hace odiar las antípodas de eso, de hecho, lo anhelo, pero a su tiempo.
Estoy seguro que mañana disfrutaré el placer de no estar soltero, trabajo para eso, porque sobre todo, no hay nada más placentero que no hacerle daño a nadie, ni a uno mismo, así primero toque llegar hasta los sótanos del infierno y salir. Me gusta la soltería (pero solo por un ratico).