Por: Carmen Mandinga
Debido a que la música y la comida son dos de las cosas más bellas en el mundo, no es de extrañar que algunos apasionados intenten conectar ambos en sus creaciones artísticas. Una muestra de esta relación se puede apreciar en los menús de los restaurantes que aluden a términos musicales como “armonía”, “sinfonía” y “melodía” para ofrecer sus platos, normalmente resultando muy románticos y poco convincentes. Pero, el ejercicio opuesto ha dado mejores y más satisfactorios frutos, pues nos ha hecho bailar, cantar y emocionarnos al hablar de comida.
Tanto los platos que evocan la música como las canciones gastronómicas son fuente de goce y reflexión, especialmente para una cocinera melómana como yo. Y como me paso la vida buscando canciones que hablen del comer, normalmente con maravillosos hallazgos, es apenas natural que me cueste inmensamente seleccionar sólo tres canciones para este artículo, pero elegí cinco piezas recientes de artistas colombianos que muestran diferentes facetas de nuestra relación con la comida, mientras nos hacen bailar o cantar con el ojito cerrado. Aquí va mi Top 5.
1. Nostalgia del Ñame – Diana Tovar
La cartagenera Diana Tovar encontró la fórmula perfecta: Champeta+Apetito+Sentimiento.
Aunque la letra de esta canción puede sonar a recetario, o a instructivo para aprovechar el ñame al máximo, la nostalgia a la que alude el título está implícita: a veces un solo ingrediente es suficiente para generarla y ejemplificarla.
El antropólogo culinario Julián Estrada decía que el poder de la comida es tal, que las personas viajan a nuevos lugares, aprenden otras lenguas, cambian de costumbres y hasta de religión, pero siguen buscando volver a los sabores de su infancia. Y probablemente eso sintió Diana Tovar cuando estuvo lejos de casa, se antojó de ñame y le tocó explicarle a sus interlocutores cómo se preparaba y servía este tubérculo que nos llegó de África, al igual que el idioma musical de esta pieza, la champeta.
Si tanto se dice que somos lo que comemos, yo agregaría que somos también las canciones que cantamos, y que cantarle al comer es un ejercicio de afirmación identitaria por partida doble, por lo que cantar una champeta que habla del ñame es la máxima celebración de la influencia africana en nuestra vida cotidiana.
2. El Sabor de la Guayaba – La Mambanegra
Si la canción de Diana Tovar es un recetario de añoranza por el lugar de origen, El Sabor de la Guayaba es el ejercicio inverso, pues celebra la comida cotidiana. La canción narra en primera persona una rutina de ir a desayunar a La Alameda (un mercado de Cali) un simple menú de café, huevos y jugo de guayaba.
Como se imaginarán los lectores, hay un sinfín de canciones que hablan de nuestra relación con el café, de su importancia en nuestra vida social, de cómo nos acompaña en los desvelos, nos da energía, nos cambia el humor, nos evoca lo amargo y lo dulce al tiempo, en fin…
Por el contrario, las canciones que hablan de frutas hacen más alusión al deseo y la exuberancia: la tierra que da muchos frutos, el ser amado visto como una fruta madura o una fruta prohibida… Pero el Callegüeso (líder de la agrupación La Mambanegra) eligió la guayaba, una fruta que suele ser más apreciada en dulce que en jugo, y esto refuerza la idea de apreciar la comida simple y cotidiana, la que no serviríamos para agasajar a la visita o para festejar algún acontecimiento. Por cierto, la mención directa al mercado en el que venden este tradicional desayuno podría abrir paso a un nuevo género musical: la canción-reseña gastronómica.
3. Patacón Ensuerao – Chalupa Travel
Muy apropiada para la presente publicación, esta canción trae un menú que comprende todo lo rico en nuestra gastronomía: viuda de pescao, raspao, jugo de corozo y patacón ensuerao. Además de hacer el recurrente paralelo entre los sabroso en la comida y en la música.
La agrupación envigadeña Chalupa Travel reúne elementos de la cultura del Caribe y del Pacífico en este tema: por un lado el espíritu caribeño se manifiesta en la mención al jugo de corozo y el patacón ensuerao y, musicalmente, en la presencia del tambor alegre y el redoblante, muy propio de las bandas pelayeras y de las chirimías chocoanas, lo que nos lleva a la otra costa, que se siente en el ritmo bambazú sobre el que está construida la pieza, además de la mención a la tatabra, una carne de caza muy apetecida en la región.
La letra de la canción también incluye metáforas sobre el quehacer musical y la cocción, la candela del tema que estamos bailando y la candela con la que freímos el patacón, que podría ser el frito más celebrado en la música colombiana, un país de por sí bien amante del frito. Tenemos, entre otras, la famosa pieza “Patacón Pisao” del maestro Ramón Chaverra, que se hizo famosa en la voz de Juan Carlos Coronel, “Patacón con Queso” de la orquesta La 33, “Patacón” una cumbia instrumental de Los Yoryis, “Mi Patacón” del percusionista Chongo de Colombia y “La Cumbia del Patacón” de Orito Cantora y La Chalupa. Al parecer, el patacón hace magia en el espíritu creativo de los músicos.
4. Los Sabores del Porro – Las Alegres Ambulancias
Un clásico del repertorio sabanero de autoría de Pablo Flórez, adquiere nueva vida gracias a la agrupación palenquera Las Alegres Ambulancias. Si hay un himno a la sinestesia, debe ser esta canción llena de olores, sabores y alegría.
La sola letra de “Los Sabores del Porro” es una enciclopedia gastronómica de la sabana del Caribe Colombiano. Algunas líneas son viajes a escenas de la vida campesina en la región, como la “leche esperá en corrá” y la “china esparrascá en fandango” (una muchacha que se arrebató bailando); otra líneas son sabores y olores, y otras simplemente acertijos para los que no tuvimos la dicha de vivir allá.
Aparte de las frutas que hacen presencia en la canción: piña, mango, mamey, patilla y melón, hay unas preparaciones muy locales como el bollo poloco “esmigao” en celele, un envuelto de maíz tierno desmigajado sobre el suero que queda después de hacer el queso. El queso, por cierto, lo prefiere el autor con panelita de coco de Colomboy, un corregimiento de Sahagún, Córdoba; y la yuca asada y untada del asiento que deja el chicharrón. Definitivamente Don Pablo Flórez era un verdadero “gourmand” y nos dejó esta canción para que las generaciones venideras tuviéramos un poquito de educación alimentaria.
5. La Sopa Fría – Daniel Correa
Aquí nos ponemos más profundos. No podía faltar la canción que recurra a la comida para hablar del amor.
Desde pequeños recibimos amor a través de la comida, y posteriormente llenamos nuestros vacíos emocionales con fritos, amasijos y golosinas. Decimos que se enamora por el estómago, y en ese mismo órgano ubicamos las maripositas que el amor despierta; nos sentimos “sedientos” de amor e inapetentes por despecho. Tal parece que el estómago y el corazón están conectados por algún ducto que la medicina aún no ha descubierto.
En un ejercicio de suma responsabilidad emocional, Daniel Correa acepta sus sentimientos de rencor y envidia como quien acepta tomarse una sopa fría sin chistar, pues de lo contrario se quemaría. Le tenemos una noticia a este compositor bogotano: la sopa fría puede ser muy apetecible. En la cocina mediterránea, donde los veranos suelen ser agobiantes, se sirven sopas frías como el gazpacho y la vichyssoise (vichisuás) para refrescar e hidratar, pero en Colombia no es el caso porque nos encantan las sopas robustas, almidonosas y suculentas. Se nos hace inconcebible que el sancocho, el mote o las lentejas se enfríen ya que la sopa caliente es uno de los alimentos más reconfortantes que hay, probablemente porque la relacionamos con la generosa mesa de la abuela, donde siempre hubo preocupación por que quedáramos bien alimentados y no la dejáramos enfriar.
Por otro lado, el autor vuelve a la vieja costumbre de recurrir al alimento como medicina emocional usando la metáfora de la temperatura: las emociones pueden ser frías o calientes, nos queman, nos llenan, son dulces, picantes, agrias o amargas… Una vez más, sentimos con el estómago y comemos para llenar el corazón.